Tras muchos años de análisis y debate, el Parlamento Europeo se apresta a respaldar una actividad económica con fuertes lazos ambientalistas y un latente entredicho de política comercial. Los legisladores esperan adoptar una resolución que permita aumentar la población y mejorar la calidad de vida de las abejas.
Además quieren levantar en 50% la ayuda técnico financiera que reciben los 620.000 apicultores que se desempeñan en esa actividad y fortalecer los controles técnico sanitarios a la importación de miel para evitar esta avalancha de miel china.
Este enfoque implica someter la competencia extranjera a un nuevo masaje de transparencia y proteccionismo regulatorio.
Aunque en estos días la producción de miel de la Unión Europea (UE) descansa sobre los hombros de Rumania, España, Hungría, Alemania, Italia y Grecia, los restantes Estados Miembros tienen intereses directos, colaterales o políticos en esa actividad regional.
El lector debe saber que cuando la dirigencia del Viejo Continente habla de las importaciones sectoriales de miel, los reflectores apuntan a la avalancha miel China, el país que exporta más de 100.000 de las 200.000 toneladas que por año la UE compra en terceras naciones ante la necesidad de cubrir un déficit del 40% en su oferta regional.
Eso no significa que otros proveedores relevantes como Ucrania, Argentina y México sean tratados con menor exigencia.
Es obvio que comerciar con este complejo y estratégico mercado regional, donde los precios del producto importado son muy inferiores a los que rigen para la producción local, obliga a adaptarse o pelear contra nuevas reglas de calidad.
Entre ellas la legalidad (fraude), mezclas falsas, uso de componentes prohibidos (como la adición de azúcar), sanidad (uso de antibióticos prohibidos), perturbación ambiental y una probable certificación de destino de la miel vendida, lo que en ningún caso será más sencillo, cómodo o siquiera una exigencia legalmente válida.
Desde principios del siglo XXI, el método de la avalancha China demostró apego a una conflictiva estrategia comercial: inundar los mercados con una avalancha de sus productos en avalancha como la miel china; hacer bajar los precios mediante conductas de dumping o el uso de subsidios para alcanzar una posición dominante en la oferta internacional, habitualmente del 50% o más de las transacciones totales y dejar que las cosas fluyan.
Ese peligroso juego de desplazamientos de mercado se conoce como la crisis de sobreproducción industrial que afecta a ramas tan determinantes como el acero, el aluminio, los cerámicos y el vidrio. Por lo tanto, la táctica de Beijing de exportar en avalancha miel y la defensa que intenta Bruselas en el caso de la avalancha de miel china, son movidas fuertes pero rutinarias.
En 2016, las exportaciones argentinas totales de miel a todo destino rondaron las 80.000 toneladas, con un aumento del 75% sobre el año precedente.
Y si bien el valor de este negocio de pymes no hace gran sombra en el piso, ya que podría alcanzar a unos U$S 165 millones para ese año, se inserta en el gran debate de la productividad agropecuaria y en muchas de las realidades y falacias de la pugna sanitario ambiental del planeta.
La polinización de las abejas, incluidas las especies salvajes, mantiene la vida y el equilibrio del 84% de las especies vegetales conocidas, del 76% de la producción de origen vegetal y permite aumentar en 24% la productividad agrícola (FAO).
Ahí entra el espinoso y a veces imaginativo debate sobre las especies invasoras y sobre los residuos que, según los expertos europeos, pueden llegar por una deficiente polinización.
Entre ellos, los residuos que surgirían de producir miel en un escenario de explotaciones agrícolas generadas con Organismos Genéticamente Modificados (OGM´s) como las que son comunes en Estados Unidos, Canadá, Brasil y Argentina.
Estados Unidos invierte anualmente casi € 2.000 millones en fomentar la polinización artificial. El caso de la miel ya pasó años atrás por la Corte Europea de Justicia.
El informe recuerda que los Estados miembros de la UE tienen la facultad de prohibir, por causas no sanitarias, la producción de los eventos creados con OGM’s.
Además, desde hace varios meses, el Viejo Continente trabaja en propuestas destinadas a prohibir la importación de productos generados con esa clase de eventos, lo que afectaría directamente al comercio de sectores como el complejo sojero de nuestro país.
Otros dos temas que cuelgan del debate de la polinización, son la necesidad o conveniencia de abolir el monocultivo y de aplicar a discreción el principio precautorio, cuya mejor definición se halla en el artículo 5º del Acuerdo sobre Medidas Sanitarias y Fitosanitarias de la OMC.
Según quien emplee esas disposiciones, los gobiernos suelen olvidar que el aludido principio tiene que ver con el estado del conocimiento científico y que su uso no puede independizarse de la evolución de las evidencias científicas disponibles, como para aceptar que las decisiones queden libradas a la exclusiva voluntad o capricho de cualquier gobierno.
El Informe del Euro-parlamento también incursiona en la necesidad de abolir cuanto antes cuatro plaguicidas de uso tradicional, sin especificar con seriedad cuáles serían las soluciones alternativas.
El celo europeo se explica parcialmente en el hecho de que cerca del 37% de su producción de miel no va al consumo interno sino a terceros mercados, por lo que el debate regulatorio se vincula con su necesidad comercial.
Al mismo tiempo, en el Viejo Continente existe gran frustración por la mezcla del producto local con el importado, hecho que no suele consignarse en las etiquetas o envases relevantes. Nadie ignora que el etiquetamiento discriminatorio es una forma de transparencia que puede castigar sin fundamento la imagen de un producto.
Según los asesores que trabajan con el cuerpo del Europarlamento, la miel de abeja ocupa el tercer lugar de importancia dentro de la nómina de productos falsificados en el comercio mundial. Pero el tema irresuelto es otro.
Se relaciona con una cultura o verdad de tinte religioso que rehúye de facto el debate científico. El Informe del Europarlamento insinúa la noción de usar como válidos los principios y evidencias científicas. Sería genial marginar a lobistas y charlatanes.
Tras muchos años de análisis y debate, el Parlamento Europeo se apresta a respaldar una actividad económica con fuertes lazos ambientalistas y un latente entredicho de política comercial.
Los legisladores esperan adoptar una resolución que permita aumentar la población y mejorar la calidad de vida de las abejas; levantar en 50% la ayuda técnico-financiera que reciben los 620.000 apicultores que se desempeñan en esa actividad y fortalecer los controles técnico-sanitarios a la importación de miel.
Un enfoque que implica someter la competencia extranjera a un nuevo masaje de transparencia y proteccionismo regulatorio.
Aunque en estos días la producción de miel de la Unión Europea (UE) descansa sobre los hombros de Rumania, España, Hungría, Alemania, Italia y Grecia, los restantes Estados Miembros tienen intereses directos, colaterales o políticos en esa actividad regional.
El lector debe saber que cuando la dirigencia del Viejo Continente habla de las importaciones sectoriales de miel, los reflectores apuntan a la miel China, el país que exporta más de 100.000 de las 200.000 toneladas que por año la UE compra en terceras naciones ante la necesidad de cubrir un déficit de 40% en su oferta regional.
Eso no significa que otros proveedores relevantes como Ucrania, Argentina y México sean tratados con menor exigencia.
Es obvio que comerciar con este complejo y estratégico mercado regional, donde los precios del producto importado son muy inferiores a los que rigen para la producción local, obliga a adaptarse o pelear contra nuevas reglas de calidad, legalidad (fraude), mezclas falsas, uso de componentes prohibidos (como la adición de azúcar), sanidad (uso de antibióticos prohibidos), perturbación ambiental.
Además una probable certificación de destino de la miel vendida, lo que en ningún caso será más sencillo, cómodo o siquiera una exigencia legalmente válida.
A principios del Siglo XXI, China demostró apego a una conflictiva estrategia comercial: inundar los mercados con su avalancha de miel china y otros productos.
Hacer bajar los precios mediante conductas de dumping o el uso de subsidios para alcanzar una posición dominante para la miel china en la oferta internacional, habitualmente del 50% o más de las transacciones totales y dejar que las cosas fluyan.
Ese peligroso juego de desplazamientos de mercado se conoce como la crisis de sobreproducción industrial que afecta a ramas tan determinantes como el acero, el aluminio, los cerámicos y el vidrio.
Por lo tanto, la táctica de Beijing y la defensa que intenta Bruselas en el caso de la miel, son movidas fuertes pero rutinarias.
En 2016, las exportaciones argentinas totales de miel a todo destino rondaron las 80.000 toneladas, con un aumento del 75% sobre el año precedente.
Y si bien el valor de este negocio de pymes no hace gran sombra en el piso, ya que podría alcanzar a unos U$S 165 millones para ese año, se inserta en el gran debate de la productividad agropecuaria y en muchas de las realidades y falacias de la pugna sanitario-ambiental del planeta.
La polinización de las abejas, incluidas las especies salvajes, mantiene la vida y el equilibrio del 84% de las especies vegetales conocidas, del 76% de la producción de origen vegetal y permite aumentar en 24% la productividad agrícola (FAO).
Ahí entra el espinoso y a veces imaginativo debate sobre las especies invasoras y sobre los residuos que, según los expertos europeos, pueden llegar por una deficiente polinización.
Entre ellos, los residuos que surgirían de producir miel en un escenario de explotaciones agrícolas generadas con Organismos Genéticamente Modificados (OGM´s) como las que son comunes en Estados Unidos, Canadá, Brasil y Argentina.
Estados Unidos invierte anualmente casi € 2.000 millones en fomentar la polinización artificial. El caso de la miel china ya pasó años atrás por la Corte Europea de Justicia.
El informe recuerda que los Estados miembros de la UE tienen la facultad de prohibir, por causas no sanitarias, la producción de los eventos creados con OGM’s.
Además, desde hace varios meses, el Viejo Continente trabaja en propuestas destinadas a prohibir la importación de productos, miel china entre ellos, generados con esa clase de eventos, lo que afectaría directamente al comercio de sectores como el complejo sojero de nuestro país.
Otros dos temas que cuelgan del debate de la polinización, son la necesidad o conveniencia de abolir el monocultivo y de aplicar a discreción el principio precautorio, cuya mejor definición se halla en el artículo 5º del Acuerdo sobre Medidas Sanitarias y Fitosanitarias de la OMC.
Según quien emplee esas disposiciones, los gobiernos suelen olvidar que el aludido principio tiene que ver con el estado del conocimiento científico y que su uso no puede independizarse de la evolución de las evidencias científicas disponibles, como para aceptar que las decisiones queden libradas a la exclusiva voluntad o capricho de cualquier gobierno.
El Informe del Euro-parlamento también incursiona en la necesidad de abolir cuanto antes cuatro plaguicidas de uso tradicional, sin especificar con seriedad cuáles serían las soluciones alternativas.
El celo europeo a la miel china se explica parcialmente en el hecho de que cerca del 37% de su producción de miel no va al consumo interno sino a terceros mercados, por lo que el debate regulatorio se vincula con su necesidad comercial.
Al mismo tiempo, en el Viejo Continente existe gran frustración por la mezcla del producto local con el importado, hecho que no suele consignarse en las etiquetas o envases relevantes. Nadie ignora que el etiquetado discriminatorio es una forma de transparencia que puede castigar sin fundamento la imagen de un producto.
Según los asesores que trabajan con el cuerpo del Europarlamento, la avalancha de miel china de abeja ocupa el tercer lugar de importancia dentro de la nómina de productos falsificados en el comercio mundial.
Pero el tema irresuelto es otro. La miel china se relaciona con una cultura o verdad de tinte religioso que rehúye de facto el debate científico. El Informe del Europarlamento insinúa la noción de usar como válidos los principios y evidencias científicas. Sería genial marginar a lobistas y charlatanes.
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