Colmenas en viviendas
Estaba muy arraigada la costumbre de tener alguna colmena en las viviendas y en las construcciones anexas como cuadra, pajar, corral, hornera o colgadizo.
Este hecho se solía tener en cuenta a la hora de construir la casa dejando algún hueco libre. De no haber sido así, se aprovechaban los huecos de las ventanas de buhardillas y desvanes.
La piquera daba al exterior de la casa mientras que el acceso a los panales estaba en el interior.
Estos hornillos estaban más protegidos que los dujos. Ello repercutía en una mayor producción, comodidad a la hora de la extracción de los panales y en su mantenimiento.
Colmenares en huertos
Era muy corriente en la apicultura tradicional en Campóo-Los Valles tener varias colmenas en el huerto que solía estar cerca de la vivienda.
Los dujos, en la apicultura tradicional en Campóo-Los Valles, se colocaban resguardados tras una pared orientada al sur, que les servía de protección.
Esta ubicación tenía ventajas como una mayor facilidad de manejo y control, sobre todo a la hora de la salida y captura de los enjambres y de una cercana floración, como la de los árboles frutales.
Colmenar con tejavana
Eran relativamente frecuentes en la apicultura tradicional en Campóo-Los Valles que los colmenares tuvieran las colmenas bajo techo, haciendo honor al refrán «abeja y oveja, tenlas bajo teja».
Son construcciones muy sencillas consistentes en tres paredes de «piedra en seco» (que no utiliza ningún tipo de aglomerante, solamente piedra). De escasa altura y una cubierta de tejas a un agua dentro de la cual se instalan los dujos.
La parte frontal del colmenar está abierta para la entrada y salida de las abejas y orientada al sur o sureste.
También existen construcciones más complejas que en la parte alta del frontal albergan hornillos.
Colmenar en recinto cerrado
Cuando el apicultor tenía un número elevado de colmenas las solía colocar en un recinto cerrado con pared o tapia de piedra rematada con lanchas. Así impedía la entrada de intrusos y sobre todo de animales como el oso que pudieran tumbar los dujos o comerse la miel.
Estos colmenares los situaban generalmente alejados de los pueblos y en las laderas sur de los montes, lo más soleados posible.
En su interior se distribuían los dujos en hileras paralelas posándolos sobre lanchas y orientados al sol. Si la pendiente lo exigía se disponían en terrazas hechas con grandes piedras.
Hornillera
Son pequeñas cabañas de planta rectangular, con tejado a una o dos aguas y con la fachada principal, donde están las colmenas, orientada al mediodía en la apicultura tradicional en Campóo-Los Valles. Se localizan principalmente en Valderredible.
Los muros son de piedra en seco o trabada en barro o adobe. Pueden llegar hasta dos metros y medio de altura y con un grosor de más de medio metro. El muro principal está formado por los hornillos en posición horizontal. Colocados en tres o cuatro filas superpuestas una encima de otra y rellenado con piedras pequeñas o adobe para tapar todos los huecos. De esta manera impedía la entrada de ratones, agua y frío.
Estas hornilleras se suelen encontrar alejadas de los pueblos, situándose en laderas orientadas al sur y cerca de los montes. El acceso suele hacerse por caminos estrechos, que sólo utiliza el apicultor. En el exterior era frecuente tener también dujos.
En la actualidad todavía queda algún ejemplo de hornillera bien conservada en los pueblos de Cadalso, Salcedo, La Puente, Montecillo y Sobrepenilla.
Labores en la apicultura tradicional
En la apicultura tradicional en Campóo-Los Valles, la captura de los enjambres, la cata de colmenas y el colado de la miel eran tradicionalmente las labores más importantes que realizaban nuestros antepasados. Sin embargo, también se realizaban otras labores muy importantes, como la preparación para la invernada y el mantenimiento de colmenas y colmenares.
Los dujos, al estar a la intemperie, sufren con el paso del tiempo los rigores de la dura climatología norteña. Aparecen grietas y agujeros en la madera que eran reparadas con el fin de mantenerlos en buen estado y proteger así a las abejas del frío y de la entrada de agua e intrusos en el interior de la colmena.
Con la entrada del invierno los abejunos (nombre con que se conocía en Campoo de Suso a los apicultores) solían poner buenas lanchas y piedras en el tejado. Tapaban los aviaderos con palucos o arcilla, dejando sólo uno o dos abiertos con el fin de que no entrara frío. Luego en la primavera se destapaban.
La limpieza del colmenar consistía en el segado con el dalle o rozón de la hierba, helechos, zarzas y matorrales que crecían en él. El objeto era facilitar la entrada y salida de las abejas por las piqueras y minimizar el riesgo de posibles incendios. Esta labor se solía hacer a finales de la primavera y al atardecer, cuando las abejas están ya recogidas en la colmena. De esta forma se evita molestar a las abejas ya que les irrita el sonido que producido al dar pizarra al dalle y al segar.
Captura de los enjambres
Hasta el desarrollo de la apicultura moderna, la captura de
ensambres o
enxambres (como se conoce coloquialmente a los
enjambres) y la caza de colmenas silvestres suponía una actividad básica y principal en el calendario del apicultor, siendo la única forma de mantener e incrementar el número de sus colmenas.
La época de enjambrazón está condicionada por la climatología de cada año. Comprende desde mediados de mayo a junio o incluso julio.
En este periodo, los apicultores deben ir frecuentemente al colmenar para observar síntomas de enjambrazón en las colmenas. Por ejemplo se debe de observar la barba de abejas en las piqueras, y estar pendientes de la salida de enjambres. También tienen que vigilar los alrededores del colmenar para capturar los que hayan podido salir.
En el caso de ver un enjambre en vuelo se le seguía y se hacía ruido con un campano, dando palmadas, con dos piedras, latas…. Se le tiraba tierra e incluso agua, con lo que las abejas muchas veces se posaban en el lugar más cercano, al creer que las atacaba un posible enemigo. Esto también servía para llamar la atención y hacer ver a los demás vecinos que ese enjambre era tuyo.
El procedimiento de captura más habitual es el de untar el interior del escriño (escriñu), escriña o enjambradera con miel, aguamiel o ramas de melisa (hierba abejera) y colgarlo encima del enjambre. Ayudándose si es necesario de un palo largo cuyo extremo acaba en V y con la base abierta hacia abajo. Una vez colocado se espera a que se introduzca por sí solo o se le fuerza echándole un poco de humo sobre las abejas.
Una vez dentro y acomodadas, se mete en un saco y se lleva a un dujo vacío para introducirlas.
La importancia económica y social de la apicultura se ha visto reflejada a lo largo de la historia de muy diversas formas. Entre ellas se incluye la regulación, desde la Edad Media, de la propiedad y explotación de los enjambres y colmenas de abejas.
En este sentido, existe una norma que establece el derecho del dueño del colmenar sobre los enjambres, pudiendo entrar a buscarlos en campo ajeno. Señala que «el dueño del árbol en que se pose el enjambre puede prohibir a toda persona que entre en su propiedad para recuperarlo, excepto al dueño de la colmena de donde el enjambre se escapó y que fue persiguiéndole. Tan sólo se pierde la propiedad si se abandona la persecución del enjambre. En este caso vuelve a recobrar su naturaleza jurídica de abejas silvestres y pasará a ser dueño el primero que lo ocupe».
Colmenas silvestres
Lo primero que hacían era localizar las abejas pecoreadoras (las que salen a recoger el polen y libar el néctar de las flores) de la posible colmena silvestre. Esto lo hacían generalmente aprovechando la realización de otras labores ganaderas como el pastoreo. Para ello buscaban una zona boscosa o rocosa que estuviese lejos de colmenares (por lo menos 3 km.) y se situaban en un manantial, arroyo o fuente al que las abejas a primeras horas de un día de verano pudieran acudir en busca de agua. Una vez localizadas consistía en ir siguiendo con la mirada la dirección que iban tomando e ir avanzando hasta dar con la colmena.
La técnica de caza es por tanto muy sencilla. Tan solo requiere mucha paciencia, constancia, algo de suerte y bastante sentido común, como me decía mi abuelo.
Pero existe otra más ingeniosa y eficaz que consiste en, una vez localizado el lugar donde beben, ir quemando cera para atraerlas e ir avanzando en la dirección en la que vienen. Repitiendo esta operación varias veces al final se consigue dar con la colmena.
Una vez localizada se optaba por su captura si era viable o, por lo general, se procedía a su catado para extraer la miel y la cera.
Eran muchos los apicultores que complementaban la producción de sus colmenas con esta práctica e incluso familias que no tenían colmenas.
La cata de las colmenas
A la acción de extraer la miel de las colmenas se le denomina tradicionalmente catar.
Se esperaba a catar generalmente a marzo o incluso abril si la primavera venía muy retrasada. De esta manera se aseguraba de que las abejas pasaban con miel el invierno, extrayéndoles sólo la que les había sobrado. La otra opción era hacerlo al principio del otoño (como se hace en la actualidad), entre San Miguel (29 de septiembre) y Todos Los Santos, pero se corría el riesgo de que se murieran de hambre si no se les dejaba suficiente miel antes de llegar a la primavera. En este sentido siempre hubo una cierta polémica entre los que optaban por una fecha o por otra, muestra de ello son estos dos refranes: «el que el su colmenar quiera conservar, en marzo ha de catar» o «si quieres cera y miel, cata por San Miguel. Si quieres sólo cera, cata por las Candelas (2 de febrero)».
La forma más común de catar un dujo era la de destaparlo y tumbarlo en el suelo en posición horizontal o algo inclinada para facilitar el trabajo. A continuación se daba humo para que las abejas se desplazaran hacia el otro lado y se limpiaba la base y la parte inferior hasta llegar a la miel o cría. Después se procedía a cortar y sacar los panales por la boca superior llegando hasta la cruz o por la inferior de igual modo. Siempre se dejaba una de las partes sin catar para que les sirviera de alimento y pudieran seguir desarrollándose.
Algunos apicultores más meticulosos cataban un año por un extremo o boca y hasta la cruz, y al año siguiente por el otro. De esta forma no dejaban envejecer ni ensuciar los panales.
En el caso de los hornillos, la cata se hacía exclusivamente por el extremo que da a la casa u hornillera, sacando los panales hasta la mitad de su longitud.
La extracción de los panales se hacía con un catador o castrador que consiste en una barra larga de hierro (de un metro más o menos). En un extremo tiene una hoja afilada (hace la vez de una cuchilla y es usada para cortar los panales del borde del tronco). El otro es un ángulo recto (utilizado para raspar, cortar por debajo y extraer el panal desde la cruz hacia afuera).
Toda esta tarea se llevaba a cabo generalmente por hombres. Algunos lo hacían sin protección. Lo más normal era, para evitar las picaduras, protegerse la cabeza con una careta hecha con un sombrero o boina y un trapo de lino. Se les incorporaba una rejilla de alambre en su parte frontal, atándosela al cuello con una cuerda. Para las manos no solían ponerse nada o como mucho unos guantes de lana o calcetines. Lo que sí hacían era amarrarse con cuerdas las mangas y los tobillos, para evitar que se metieran por dentro de la ropa las abejas, ya que como decía un vecino de Abiada «las moscas son unas descarás, suben y no miran onde pican».
Los panales a extraer es necesario que estuvieran libres de abejas para lo que empleaban la jumera, ahumadera, humión…. Con esta acción se pretendía que las abejas huyeran a la parte contraria en la que se estaba trabajando. De esta forma se puede realizar la cata con menos peligro para ellas (con el fin de matar las menos posibles) y para el apicultor.
La jumera era un pequeño cazo o puchero viejo de barro cocido o de porcelana (aprovechaban los viejos utensilios ya en desuso), abierto por la boca superior y al que se le hacía un orificio en la base. En su interior se ponía paja, boñigas de vaca o caballo secas, ramos de ajos…, que al prenderle fuego y soplar por el orificio salía el humo que dirigían hacia las abejas. El humo es lo único que las hace retroceder cuando «se ponen necias» (expresión utilizada cuando las abejas se alteran) como bien sabemos los apicultores.
Tras haber cortado el panal y una vez libre de abejas (ayudado por una rama de escoba que hace las veces de cepillo) se izaba con la parte curva del catador o con las manos y se depositaba en un balde o barreño que se tapaba con un paño blanco para evitar que se volviera a llenar de abejas. Una vez acabada la cata se transportaban los barreños con los panales en carretilla, carro o a lomos de caballo o burro, al lugar donde se iba a proceder al colado de la miel, generalmente la hornera o la cocina de la casa.
Después de realizada la cata había que proceder al sellado del dujo con el fin de evitar el pillaje y la entrada de ratones.
Colado de la miel
La labor de colado consiste en separar la miel de la cera y de las impurezas que pudiera contener como, por ejemplo, alguna abeja.
La manera de realizarlo más común era la de ir echando los panales desmenuzados en pequeños trozos a una cazuela grande o caldera de cobre. Ésta se ponía cerca del fuego para que se calentaran. También se podían poner al baño maría e incluso poniendo la caldera directamente en el fuego, con un poco de agua en la base para que no se quemaran.
Una vez que los trozos de panal empezaban a calentarse se iban removiendo con un cucharón de madera hasta conseguir el punto deseado de reblandecimiento. Teniendo especial cuidado en no calentarlos en exceso, ya que se corría el riesgo de que la cera se fundiera y se mezclase con la miel.
Seguidamente se iban sacando trozos de panales y a base de apretar y amasar con las manos se conseguía que la mayor parte de la miel escurriese, quedando unas bolas de cera llamadas cerones. Estos cerones aún contenían mucha miel, por lo que se pasaban después por la calceta o manga gruesa (paño que hacía de tamiz) para seguir amasando y retorciendo con las manos hasta acabar de extraerla. Por último, toda la miel se pasaba por distintas calcetas cada vez más finas (hasta tres) para acabar de filtrarla.
Cuando la cantidad de miel a extraer era mayor se utilizaban unas apretaderas (especie de tenazas grandes hechas de madera) o prensas que ayudaban y complementaban a la dura labor de estrujar y apretar las calcetas con las manos.
Una vez filtrada la miel se vertía para guardarla en pucheros o en orzas de barro (una variedad de tinaja con la boca ancha). Después se tapaban con una tapa de madera o un trapo de lino atado en su boca con hilo. Aquí la miel decantaba de manera natural antes de cristalizar, subiendo las impurezas y la cera que hubieran pasado del filtrado. Por encima una capa blanquecina (conocida como la «nata de la miel») que quitaban con una cuchara de madera.
El catado de las colmenas y el colado de la miel era junto con la matanza del cerdo, las dos veces «oficiales» en las que la familia o los vecinos se juntaban para ayudarse.
Actualmente la retirada de impurezas de la miel se realiza con un
colador normalmente de acero inoxidable, instrumento muy útil sobretodo si se deben procesar grandes cantidades de miel, a modo de colador casero pero con diferentes diámetros y tamaños para que se ajusten perfectamente a la boca del madurador.
Elaboración de las tortas de cera
Una vez separada la cera de la miel se hacen tortas para después poderla utilizar en distintos usos.
Para hacerlas echaban los cerones (ya sin miel) en una cazuela grande o caldera con agua que se ponía en el fuego y se removía con un cucharón hasta que se derretían totalmente, pero sin llegar a hervir. A continuación se colocaba en una calceta mojada de arpillera y con una piedra, unas apretaderas o una prensa. Se aplastaba hasta que saliese toda la cera que caía a una cazuela con agua, quedando dentro de la calceta las impurezas, llamadas magón y que se tiraban a la huerta como abono.
La cera resultante se volvía a calentar para una vez líquida echarla en cazuelas con un poco de agua y se dejaba enfriar. De esta manera las impurezas que aún tenía se depositaban en el fondo, que luego raspaban quedando definitivamente las tortas de cera limpias y de un color amarillento.
Esta misma operación la hacían con la cera en rama (genéricamente, panales sin miel) y macones (más específicamente, a los resecos y de color oscuro).
Los productos de la colmena
La miel
La producción de miel era destinada para el autoconsumo de la familia, regalando y vendiendo el sobrante si lo había.
La miel era consumida como edulcorante y fuente energética para poder realizar las labores más fuertes del campo. La comían a cucharadas, untada en pan con mantequilla, queso, nata o disuelta en la leche. También la utilizaban para usos terapéuticos vigentes hoy en día, como la cura y alivio de catarros, resfriados y dolores de garganta, mezclándola con limón o con infusión de tomillo y/o romero. Años atrás fue habitual su empleo como eficaz remedio para curar heridas, golpes y quemaduras, en forma de emplastos, tanto en personas como animales.
El tipo de miel que se produce en esta comarca es la de brezo, de color ámbar oscuro con tonos rojizos que a temperatura baja puede llegar a ámbar claro, sabor ligeramente amargo persistente y aromas florales.
La cera
La cera es una sustancia producida por las abejas obreras que tienen entre 12 y 18 días de vida. Es empleada para la construcción de los panales, imprescindibles para el desarrollo de la colonia de abejas.
Hay estudios que indican que para segregar un kilo de cera, las abejas obreras deben consumir de 6 a 12 kilos de miel, lo que nos da una idea de lo costoso que es producirla para ellas, de ahí el gran valor que este producto ha tenido a lo largo de la historia.
Los usos de la cera eran variados, pero el principal era la fabricación de velas y velones (velas más grandes) para el culto religioso y el uso doméstico (aunque la iluminación principal provenía del sebo, aceite y más modernamente de petróleo y carburo).
En Campóo también se utilizaba para untar los esquíes y la pala cuando nevaba, evitando que ésta se pegara y poder así deslizarse o trabajar mejor.
Fabricación de velas
Comenzaba con la elaboración de la mecha, llamada torcida o pábilo, que sirve para quemar la cera y que ésta alumbre. Se hacía a base de torcer unas hebras de algodón o lino e incluso con retales de trapos.
Había distintas técnicas de fabricación siendo la más común y sencilla la que consistía en coger un trozo de cera templada y moldearla encima de una tabla hasta conseguir una capa fina de cera. Después se iba enrollando alrededor de la torcida, añadiendo sucesivas capas hasta conseguir el grosor deseado y con la ayuda de otra tabla se le daba la forma cilíndrica.
Otro método de fabricación era la inmersión de la mecha en la cera fundida, después se extraía y se dejaba enfriar hasta que se solidificaba. Se repetía el proceso varias veces hasta que se conseguía el grosor deseado.
La cera que no se aprovechaba para la fabricación de velas o para remedios caseros se vendía a los cereros, cacharreros o pellejeros. Éstos iban por los pueblos una o dos veces al año comprando este producto y otros, como pieles y trapos viejos. Estos llevaban la cera a los lagareros que hacían velas, velones…, al por mayor.
Tradiciones en torno a las abejas
Antaño la relación entre las personas que vivían en el medio rural y las abejas siempre fue muy estrecha. Prueba de ello es que incluso las tenían en casa, como ya hemos visto. Este hecho también se reflejaba en el lenguaje mediante refranes, frases populares, adivinanzas, dichos y en otros aspectos como creencias y supersticiones. Perdurando incluso algunas de estas manifestaciones hasta nuestros días.
Refranes
El que el su colmenar quiera conservar, en marzo ha de catar.
El día de San José, mi dujo cataré.
Si el sol se recata, buen día de cata.
Agua de agosto, miel y mosto.
No pica la abeja a quien en paz la deja.
Ni tanta vela que queme al santu, ni tan pocu que no le alumbre.
Abejas revueltas, tempestad en puertas.
Creencias
En la apicultura tradicional en Campóo-Los Valles, las abejas se consideraban sagradas y eran muy apreciadas y respetadas, puesto que producen la miel. La ofrecieron los pastores que fueron a adorar al Niño Jesús. Además, en el simbolismo cristiano, se creía que las abejas eran vírgenes y en consecuencia la cera producida por ellas era la sustancia más perfecta para alumbrar a la Divinidad. La cera se convirtió en indispensable en todos los ritos, especialmente en los relacionados con la liturgia, el sufragio de los muertos y la protección de las personas.
Cuando alguien de la familia fallecía era corriente abrir un poco la tapa de la colmena. Hacían ésto para anunciar a las abejas el fallecimiento del familiar, con el fin de que éstas fabricasen más cera para alumbrar la sepultura.
Fiestas
La rosca de boda: Las familias más pudientes de los pueblos de Campóo, el día de la boda de sus hijos invitaban a los vecinos a un trozo de rosca de pan regada con miel y a vino rancio, mistela o blanco.
Expresiones en la apicultura tradicional
Era muy corriente la expresión «El dujo tiene gente», refiriéndose a que tenía abejas.
Es normal que aún hoy en día, mucha gente de esta región, llame «moscas» a las abejas.
Bibliografía
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Fuentes consultadas
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Museo etnográfico de Cantabria. Muriedas.
Asociación de Apicultores Campurrianos (APICAM).