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El Dulce Agobio de la Colmena en 2025
En la palpitante isla del Caribe, donde el sol tropical acaricia la exuberante flora, la miel de abeja obtenida por la apicultura cubana ostenta una reputación envidiable. Es un néctar ecológico, puro y codiciado en mercados internacionales. Sin embargo, detrás de cada gota dorada, se esconde una realidad que pocos conocen: un relato de resistencia, desafío y un dulce agobio que resuena con el zumbido constante de las abejas y el clamor silencioso de quienes las cuidan.
A principios de este mes de julio de 2025, a través de la red, he conversado en profundidad con un experimentado apicultor cubano, una voz que, por su seguridad, mantendré en el anonimato y al que llamaremos «Leo» para proteger su identidad. Su testimonio es un panal lleno de verdades, un viaje conmovedor que no solo nos sumerge en el día a día de las colmenas, sino que nos revela la compleja trama que teje la vida y el esfuerzo de estos guardianes de la miel en Cuba.

La Batalla Diaria: Entre la Sequía, la Escasez y la Herencia Familiar
La apicultura cubana vista a través de nuestro apicultor, que, con más de veinte primaveras apícolas a sus espaldas, es heredero de una tradición familiar que se remonta a varias generaciones. «Imagínate que mi familia era rica. Mi bisabuela, de origen canario, tenía más de 300 colmenas y la miel la vendía directamente al barco para sacarla del país en doblones de oro. Ella fue quien empezó. Las colmenas de ella eran en cajas de troncos de palma. De ahí viene mi tradición de apicultor», nos comparte con nostalgia.
Sin embargo, la realidad actual es cruda y desgarradora. «Lo único que hago es ir y ver mis abejas y llevarles agua», lamenta. La sequía implacable que azota la isla desde hace muchos meses no solo agosta los campos y reduce drásticamente las floraciones, sino que marchita la vida en el apiario, diezmando las colonias. Para cualquier apicultor, la falta de lluvia es un enemigo natural, pero cuando la ayuda no llega y los insumos son un tesoro inalcanzable, se convierte en una sentencia letal para las abejas.
«La azúcar es muy cara y no nos da resultados», confiesa, refiriéndose al alimento vital para las abejas cuando las flores escasean. Adquirir una libra de azúcar por 280 o 300 pesos cubanos (CUP) no es una opción, sino un sacrificio que implica «dejar a mis hijos 2 meses sin comprarles de comer». Este es el dilema inhumano al que se enfrentan.
Mientras, en el mercado informal, el precio puede incluso superar los 500 CUP por libra, lo que lo hace aún más inaccesible para muchas familias cubanas. La escasez de agua, junto con la dificultad extrema para acceder a suplementos alimenticios, está llevando a muchas colmenas al colapso, una verdadera catástrofe para la apicultura.
La paradoja es hiriente: un sector con un potencial de producción orgánica inmenso, se ve maniatado por la ausencia de condiciones básicas. «Aquí el estado, que es el que se beneficia en todo, no nos da condiciones para trabajar, todo es para los bolsillos de ellos», afirma nuestro confidente. Nos cuenta cómo él se mueve en bicicleta, con su equipo apícola en una carretilla, mientras quienes dirigen la empresa estatal se desplazan en «motrinas» (motocicletas eléctricas). Es una estampa que habla de la brecha y el abandono que sienten los verdaderos trabajadores de la miel.
Oro Líquido, Cosecha Amarga: La Cadena de Valor de la Miel Cubana
La miel obtenida en la apicultura cubana es un sello de pureza a nivel global. «Aquí se produce una miel libre de contaminantes, es una miel ecológica. Yo soy ecológico», ratifica con orgullo Leo. Sin embargo, este tesoro de la naturaleza no se traduce en prosperidad para sus productores.
La cruel verdad es que los apicultores locales no pueden enviar su propia miel directamente al mundo. «Nosotros la producimos y el gobierno se encarga de llevarla a Europa, es el mejor comprador», explica. La empresa estatal, Apicuba, actúa como el único puente entre la colmena y el mercado internacional, y según nuestro informante, es «la que se coge todas las ganancias», una «garrapata pegada de un perro» que desangra al trabajador.
Mientras que una colmena nueva tiene un costo equivalente a 50-60 euros en la isla, para él, la idea de adquirir las cien colmenas adicionales necesarias para «empezar fuerte a producir», sumadas a las casi setenta que ya maneja, es un sueño lejano. Con este número de colmenas, solo logra «dos toneladas» al año, y «muchas veces en blanco» debido a las sequías. La deuda por la MLC (moneda libremente convertible) de 2024, que se les adeuda, es para Leo una «gran mentira» que «no convierte nada».
A julio de 2025, se estima que el Estado cubano adeuda cerca de 20 millones de dólares a los apicultores por las exportaciones de miel, lo que profundiza la crisis del sector y asfixia a los productores.
La Resistencia Silenciosa: Cuba y la Varroa Destructor
Un punto crucial que muchos desconocen es la situación del ácaro Varroa destructor en la apicultura cubana. Contrario a la creencia popular de que es casi inexistente, la realidad es que la Varroa sí está presente en la isla. Sin embargo, como no hay mal que por bien no venga, y aquí reside el quid de la cuestión, el embargo comercial que sufre la isla, entre otras carencias, ha facilitado que las abejas melíferas europeas en cuba hayan desarrollado una resistencia notable a este parásito, convirtiéndose en la población de abejas europeas con mayor resistencia natural a la Varroa en el mundo.
Esto es resultado de décadas sin tratamientos químicos, permitiendo que la selección natural haga su trabajo. Este fenómeno es un testimonio de la resiliencia de la naturaleza y la adaptabilidad de las abejas, un factor que debería ser un estandarte de la apicultura cubana y un área de investigación y desarrollo invaluable.
Voces en la Brisa: El Anhelo de Libertad y los Desafíos Logísticos
El miedo a las repercusiones y represalias es una sombra constante y él lo sabe. «Si a mí me cogen diciéndole esto a un europeo, lo menos que me puede pasar es que me pongan preso 10 años por compartir información», confiesa Leo. Como por todos en el exterior de la isla es sabido, ésta es la cruda realidad de un país donde la libertad de expresión es un bien escaso, inexistente. «Esto es una tiranía, ¿pero qué más nos queda?», se pregunta Leo con una resignación que duele en el alma.
La historia de su padre, también apicultor, resuena en sus palabras: «Mi papá era pobre, pero tenía un conocimiento en apicultura… hizo muchos apicultores. Trabajó cincuenta años y murió en la miseria, sin nunca tener nada». Este legado de esfuerzo y penuria es lo que Leo, nuestro apicultor, no quiere para sus hijos, creciendo en un país con «muchas diferencias de clases», y donde, con una amarga precisión, afirma que «hay personas que viven en los vertederos… y mendigos». La ayuda externa, como la que llega de Rusia, no parece siquiera rozar al pueblo llano, y los apagones de veinte horas son parte de su extenuante día a día en este julio de 2025.
Otro interlocutor en la conversación añade un matiz crucial sobre la infraestructura y el transporte. Si un camión de la empresa se avería, «se queda ahí dos meses parado» por falta de neumáticos, los cuales son «dólares». La dificultad para obtener combustible, gasolina o diésel, hace que el transporte de colmenas sea otro desafío titánico. Si antes se podían mover de veinticinco a treinta vehículos, ahora solo se mueven la mitad. Esto impide la trashumancia, fundamental para permitir a las abejas cosechar las diferentes floraciones a lo largo del año. La apicultura se convierte en un arte de supervivencia, donde el movimiento es un lujo y la inmovilidad, una condena.
Leo describe su apiario, un lugar donde «Si hay árboles y lo que hay son hojas secas», una imagen desoladora de la sequía. «Aquí ahora ha apretado la sequía… siguen muriendo colmenas», comparte con resignación. «Si se prolonga un mes más, voy a tener que alimentar». Esto es crítico, ya que alimentar a las abejas es casi inaccesible. La falta de lluvias en un clima tropical, donde la floración debería ser casi constante, es un golpe demoledor.
Un Futuro Dulce, un Grito por la Libertad de la Apicultura Cubana
A pesar de la tormenta, Leo mantiene una fe inquebrantable y su espíritu trabajador. La posibilidad de colaborar con un apicultor extranjero, aunque con sus reservas por la situación de seguridad, muestra su inmensa voluntad de prosperar. Su profundo saber, un don heredado, sumado a la calidad inigualable de la miel cubana, debería ser la clave de su bienestar y el de su familia.
La apicultura cubana, con su inmenso potencial orgánico, su destacada resistencia a la Varroa y la resiliencia de sus hombres y mujeres, es un sector que clama por ser liberado. Las oportunidades para la biodiversidad, la economía y el bienestar de los apicultores son colosales si se les permitiera operar con la dignidad y autonomía que se merecen. Es un recordatorio de que, a veces, la miel más dulce esconde las historias más amargas, y que cada zumbido de abeja lleva consigo un eco de esperanza y desafío.
Fascinante Apicultura Cubana: Un legado de cinco generaciones
Continuando nuestro relato, la historia de la apicultura cubana se revela no solo en el presente, sino que se enraíza profundamente en el pasado. Tras escribir el último párrafo, he seguido conversando con mi amigo Leo del oriente de la isla, y lo que parecía una simple conversación se ha transformado en un viaje fascinante a través de su árbol genealógico.
Nuestro amigo Leo, me contó las dificultades que enfrenta en su día a día. Me describió una realidad marcada por intensos apagones y una sequía tan severa que ha frenado la apicultura en la región. Las abejas, sin floraciones de las que alimentarse, están muriendo de hambre. Intentar cosechar miel en estas condiciones es impensable, ya que las colmenas más fuertes atacarían a las más débiles en un fenómeno que en la jerga apícola conocemos como «pillaje». Para subsistir, Leo se ha visto obligado a dejar temporalmente sus colmenas y buscar otro sustento en el campo.
Sin embargo, en medio de estos desafíos, la conversación tomó un giro inesperado que me dejó asombrado. Leo me reveló que es la quinta generación de apicultores en su familia en Cuba. Me explicó que su bisabuela, una mujer de carácter fuerte, fue quien inició la tradición familiar en la isla. Curiosamente, su padre le contó que el abuelo de esta mujer ya era apicultor en las Islas Canarias, lo que significa que el linaje apícola de la familia se remonta aún más atrás.
La historia se vuelve aún más fascinante. La familia de Leo llegó a una importante ciudad portuaria en la costa norte del oriente de Cuba a mediados del siglo XIX. Allí, su bisabuela no solo continuó con el oficio de la miel, sino que lo llevó a otro nivel. En una época en que la ciudad era un punto neurálgico del comercio internacional, ella exportaba directamente la miel a los barcos que atracaban en el puerto. Me contó que su bisabuela vendía la miel por doblones de oro, un testimonio del valor y la calidad de su trabajo y del pujante comercio de la época.
Esta historia no solo ilumina la resiliencia de un apicultor cubano ante las adversidades de hoy, sino que también nos conecta con un pasado de esfuerzo y tradición. Es un recordatorio de que la apicultura en Cuba es más que un trabajo; es un legado, una herencia que se ha transmitido de generación en generación, resistiendo el paso del tiempo, las crisis y las dificultades. La pasión de Leo por las abejas no es casualidad; corre por sus venas, un eco de sus ancestros que, con el zumbido de las abejas y el brillo del oro, forjaron una tradición fascinante que perdura hasta el día de hoy.